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>> No.15708109 [View]
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15708109

“”Me fui al puente Saavedra” decía una nota de cuaderno a rayas, escrita en lápiz, en el frente de la puerta. Era un día frio y seco, sin niebla pero aún así oscuro, casi como una preparación para astronautas en una agencia espacial. El joven inquilino, de sólo 17 años, se había puesto sus mejores zapatos, los había lustrado, hasta acompañó su camisa Hilffiger con una corbata negra, y se había asegurado de tomar una mezcla alcohólica que casi violaba la convención de Ginebra. Un par de viajes en colectivo después, estaba sentado al borda del puente, con su mochila aún puesta y el cuerpo temblando, tratando de mirar hacia arriba y no hacia abajo. En su mochila sólo tenía más alcohol, el cual empezó a consumir ante las súplicas e historia de una pequeña muchedumbre que se había congregado.
Cuando estaba por incorporarse, notó a un niño al lado suyo. Era un niño con la cabeza rapada, vestido de negros, con botas tácticas, y unas cadenas colgando de su cintura.
“Vete a casa, niño, ve con tu mamá” le dijo el joven entre hipos de borrachera.
El niño solo untó su dedo en un frasquito y con una sustancia negra marcó un punto en el piso.
“Este es el tiempo. Es un punto. Todo sucede al mismo tiempo; si estas a vivo ahora, es que nunca estás muerto, pues si estuvieras muerto ¿Cómo podría el tú que esta en el punto estar vivo? Y, apenas hubo terminado de explicar su razonamiento, el niño le dio un empujón.
Había esperado disolverse en el vacío, o mejor dicho, no había esperado nada, aguardaba la completa extinción de sus sentidos y cognición. La física demostró que el vacío existe, pero el esperaba la no-existencia. En cambio se encontraba en su habitación, la única de su departamento, con las cajas apiladas llenas de revistas, su colchoneta en el piso con las sábanas sin tender. En frente suyo, ahí estaba: el niño que lo había empujado. Ahora tenía un punto negro entre las cejas.

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